Beatriz Herrera Corado y Jorge Poveda Yánez
Este texto analiza el panel presentado por José Rojas, Ricardo Amigo y Ana Allende con motivo de su proyecto de investigación “Abriendo Caminos: Danza Afro en Chile”. Rescatamos el valor pionero de visibilizar la afrodescendencia en las prácticas culturales en América Latina al mismo tiempo que buscamos construir una crítica sobre la forma en que los investigadores podemos perpetuar exclusiones metodológicas y silencios epistémicos sobre poblaciones consideradas minoritarias.
“Hay una particularidad, dentro de la imaginería de nuestro país, Chile es visto como un país blanco, que no tenía presencia negra. Que los negros habían estado en Chile pero después se fueron porque hacía frío, o se murieron o se mezclaron y ya no tenemos nada de ellos. Entonces, en este momento ante la escena de la práctica de la Danza Afro, tratamos de indagar cómo es esa relación con respecto a un pasado que hubo” Jose Rojas Navea.

El proyecto Abriendo Caminos: Danza Afro en Chile es una investigación de largo aliento sobre las manifestaciones afrodescendientes de danza en un país que ha construido una identidad colectiva exclusivamente blanca (o blanqueada). Como explicaron los tres ponentes, no se trata de una compilación de las danzas chilenas, sino un análisis que se construye a partir de las experiencias de tres bailarines y coreógrafos afro-mestizos, y de la presencia de la danza afro en espacios públicos de las áreas urbanas en Santiago de Chile. En síntesis, este proyecto revela la danza de raíz afro-diaspórica como un lugar de resistencia y de libertad, tal como lo explica Ana Allende: “Además de ser un lugar de movimiento de nuestros cuerpos, es un lugar que permite la resistencia frente al colonialismo, que permite deconstruir la idea de nuestros cuerpos blanqueados, silenciados, y además logra establecer otras formas de relación entre las personas, porque todas estas personas danzantes ejercen su práctica en lugares públicos”. Así, esta investigación visibiliza positivamente los procesos de re-conocimiento de otras herencias culturales para los cuerpos mestizos, pero levanta también la disyuntiva sobre quiénes tienen la posibilidad de reclamarse a sí mismos como producto de la hibridación y quiénes, quizás desde su negritud tienen menos campo para negociar sus identidades socialmente.
En el contexto chileno, la sola visibilización de la herencia afrodescendiente es un hito, aunado al reconocimiento de la cultura popular como una expresión legítima e importante de la danza. En la historiografía de la música y danza de Chile, Christian Spencer explica cómo el blanqueamiento no ha sido ejercido solamente desde una agenda política, sino que los académicos e investigadores han alimentado también el imaginario sobre la música y danza chilena borrando sus huellas de origen afrodescendiente.
“La invisibilidad documental del negro, el énfasis en lo ibérico y la existencia de un nacionalismo racial, hicieron que la negritud fuera minimizada o invisibilizada dentro de la escritura de la historia cultural chilena, permitiendo la hegemonía de un canon mestizo centrado en la herencia hispánica. [...] Estos textos privilegiaron la cultura escrita por sobre la oral, los espacios de actividad musical cerrados por sobre los abiertos y la música erudita por sobre la popular. Así, confinada a habitar los intersticios de la historia, la cultura negra, mulata y zamba que se desenvolvió en los diversos espacios festivos del Chile decimonónico, permaneció marginada o relativizada de la historia musical” (Spencer, 2009).
A partir del debate generado en Multílogos, como interlocutores de esta presentación, nos preguntamos cómo avanzar la discusión sobre el posicionamiento de las investigaciones que abordan las expresiones culturales de grupos minoritarios, narrados desde una perspectiva mestiza. Especialmente, cuando se pretende abarcar con un enfoque nacionalista, que debe considerar los múltiples territorios, voces y asimetrías de poder. Contrastando con otras geografías, el sociólogo González (2006) ha analizado en los procesos de blanqueamiento en Guatemala que el privilegio blanco se configura en múltiples coordenadas y discursos que generan desigualdades, por lo que los mestizos (o ladinos) no son un grupo homogéneo, ni pueden considerarse como una unidad analítica. Al mismo tiempo, añadimos desde nuestras experiencias personales que, como mestizos nos encontramos en constante interacción desigual con otras y otros. Por lo tanto, planteamos que el mestizaje aún contiene sus propias dinámicas de privilegios y exclusiones y, en respuesta, pensamos que la investigación sobre danza y expresiones culturales puede sumergirse aún más en escuchar a quienes el color de la piel, localidad geográfica, idioma o identidad étnica les ha restringido el derecho a expresar su episteme ante el mundo. Dicho en otras palabras, ¿cómo lograr que una investigación que trata de visibilizar al colectivo Afro-descendiente se descentralice lo suficiente como para desplazar al mestizo como el eje de las preocupaciones e hipótesis que la estructuran?; ¿cómo puede el enfoque corporeizado de los estudios de la danza dar sustancia y evidencia a las discusiones sobre la inclusión? En un esbozo de respuesta, proponemos una reflexión a nivel metodológico sobre cómo las prácticas de investigación del cuerpo podrían tener la clave para arribar a un nivel más profundo que las disciplinas centradas en la palabra y el discurso, es decir, no aludir a la visibilización sino ejecutarla o performarla.
El primer punto de esta reflexión es reconocer que los investigadores mestizos participamos (y nos beneficiamos) de las dinámicas de exclusión que han originado el silencio de las poblaciones más marginadas y menos representadas en las historias oficiales. Específicamente sobre el caso de las negritudes, ya compartía en Multílogos, Mauri Balanta Jaramillo la diferencia entre “africanizarse” y “ennegrecerse”. Mientras africanizarse representa un interés cosmopolita e intercultural de experimentación con las expresiones culturales afro-diaspóricas, la negritud persiste como una causal de exclusión que sufren únicamente las poblaciones afrodescendientes sobre sus cuerpos. Por lo que no es prudente usar estos dos términos como sinónimos, pues la posibilidad del mestizo por africanisarse o desafricanizarse a preferencia, no es la prueba de que la identidad negra haya quedado diluída ni que sea igual de sencillo para un cuerpo negro, optar por desennegrecerse. Muy al contrario, este criterio sostiene la experiencia mestiza como criterio de valor y como referente para entender incluso la identidad “del otro”.
“Nunca me sorprende cuando la gente negra responde a la crítica del esencialismo, especialmente cuando se usa para negar el valor de las políticas identitarias exclamando “claro, es muy sencillo abandonar una identidad, pero cuando has tenido una para comenzar”. Aunque apta y frecuentemente apropiada, esta respuesta no interviene realmente en el discurso, no lo altera ni lo transforma. Deberíamos mantenernos sospechosos de las críticas posmodernas sobre el “sujeto” cuando su resurgimiento coincide con el momento histórico en el que personas subyugadas están a punto de hablar por primera vez”. (Bell Hooks, 1990)
El segundo punto sobre el que hacemos hincapié es la necesidad de que los procesos de investigación que aluden a las poblaciones negras, incluyan a los cuerpos mismos y entablen un diálogo con ellos. Es decir, “corporalizar” el discurso de la inclusión, traer su cuerpo, hacerlo presente y que en el acontecimiento de volverse presente, se torne realmente visible. Una visibilidad que contrarreste la estratificación que ya especificaba Spencer (2009) sobre la investigación de la música en Chile: “el privilegio de la cultura escrita por sobre la oral, los espacios de actividad musical cerrados por sobre los abiertos y la música erudita por sobre la popular”. De tal forma que la “autoridad” con la que las voces mestizas han hecho desaparecer o aparecer a la población negra a discreción, queden contrarrestadas con la presencia irrefutable del negro, de su cuerpo y su criterio como interlocutor válido.
Como conclusión preliminar, nuestra respuesta al diálogo con el equipo de Danza Afro en Chile, es reconocer que el silencio epistémico al que continúan siendo abocadas las poblaciones marginadas es un desafío para la academia y para la investigación sobre sus expresiones culturales. Este reto creemos que debe ser abordado con una reflexión sobre las prácticas metodológicas que diseñamos en nuestros proyectos de investigación y los diálogos que propician (o no), para reformular efectivamente el campo de poder instaurado en países como los latinoamericanos donde la negritud sigue siendo objeto y no sujeto de investigación. Aplaudimos el esfuerzo de José Rojas, Ricardo Amigo y Ana Allende, y estamos entusiasmados de atestiguar las siguientes fases de su proyecto, el que estamos seguros seguirá ganando profundidad y riqueza.
Referencias:
Hooks, Bell. 1990. Postmodern Blackness. Disponible en https://www.africa.upenn.edu/Articles_Gen/Postmodern_Blackness_18270.html
Spencer, Christian. 2009. La invisibilidad de la negritud en la literatura histórico-musical chilena y la formación del canon étnico mestizo. El caso de la (zama)cueca durante el siglo XIX. Boletín Música: Revista de música latinoamericana y caribeña, 25. 66-92 pp.
González, Jorge Ramón. 2006. La visible invisibilidad de la blancura y el ladino como no blanco en Guatemala. En Euraque, D., Gould, J., y Hale C (eds.) Memorias de Mestizaje: Cultura política en Centroamérica de 1920 al presente. Guatemala: Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica pp. 111-132.
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